The Peninsula Times - El Dorado, retrato de la fiebre eterna del oro en Venezuela

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El Dorado, retrato de la fiebre eterna del oro en Venezuela
El Dorado, retrato de la fiebre eterna del oro en Venezuela / Foto: Pedro MATTEY - AFP

El Dorado, retrato de la fiebre eterna del oro en Venezuela

Un comerciante pesa en una balanza digital el oro en polvo con el que paga un cliente. Es una transacción habitual en El Dorado, que como muchos pueblos mineros de Venezuela transa compras cotidianas con el preciado metal.

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Este pueblo forma parte de una región bautizada por el gobierno como Arco Minero del Orinoco, que tiene grandes reservas minerales y es atravesada por la minería ilegal y el crimen organizado.

En la zona es habitual el cobro de extorsiones por parte de grupos delictivos que controlan las minas, conocidos como "sindicatos", o inclusive de grupos indígenas, también volcados a la minería. Además, la región ha sido escenario de masacres: unas 217 personas fueron asesinadas entre 2016 y 2020.

Las 35 'gramas' (gramos) que marca el peso equivale a unos 3.000 dólares, dice el comerciante. Un gramo se vende entre 85 a 100 dólares.

El Dorado reposa a los márgenes del río Cuyuní, una frontera natural donde comienza el Esequibo, que Venezuela disputa con Guyana desde hace más de un siglo.

Un enjambre de motocicletas ruidosas recorre sin parar las calles polvorientas del pueblo.

"El oro es una bendición que nos da a nosotros para comprar lo que uno quiere, pero hay que trabajar duro", dice a la AFP José Tobías Tranquini, un minero de 48 años.

"Un día en la mina puede ser que no consigas nada, hay gente con suerte que han agarrado hasta de a kilo, pero el tiempo que tengo aquí no he agarrado esa bendición, he agarrado de a poquito".

- Vida minera -

El Dorado nació como un fuerte militar que combatió una invasión inglesa en 1895. Su nombre está inspirado en el mito de la conquista española, que no distaba mucho de la realidad.

Cuentan los pobladores más viejos que cuando llovía, podían verse partículas de oro emerger entre los caminos arcillosos del pueblo.

Hilda Carrero llegó hace medio siglo a El Dorado, atraída como muchos otros por la fiebre del oro.

Entonces el pueblo era "monte y culebra", distinto al bullicio de motocicletas de una población que suma ahora unos 5.000 habitantes. "Esto era feo", recuerda esta mujer de 73 años en su pequeña bodega donde vende botellones de agua por tres milésimas de oro.

Una 'grama' tiene 10 puntos, que a su vez tiene 10 milésimas. El bidón de agua vale el equivalente a dólar y medio.

"Lo que le da vida al pueblo son los mineros", remarca Carrero, que explica que en tiempo de nuevas minas o 'bullitas' "la gente se mueve, todo el mundo vende".

"Pero hay momentos en que no hay bulla y todo se aplaca", añade. "Hay días en los que no vendo ni siquiera un botellón".

Es común que los pobladores luzcan collares o zarcillos de oro.

- Trabajo duro y peligroso -

El Arco Minero tiene una extensión de 112.000 km2 con reservas no solo de oro sino de diamantes, hierro, bauxita, cuarzo y coltán.

Ambientalistas denuncian un "ecocidio" en esa zona y el colapso de minas ilegales con decenas de muertos.

El camino hacia El Dorado está salpicado por campamentos para procesar la arena extraída en los yacimientos. El diseño es similar: un galpón alto con techos de zinc y terrenos descampados con una enorme fosa donde cae la arena lavada en los molinos.

Es un trabajo duro, peligroso.

La tierra que se extrae de las minas se almacena en sacos para trasladarla a los molinos, que funcionan con motores de autos adaptados. Allí se fragmenta aún más la arena, que cae en una rampa de bronce cubierta con 'asogue' (mercurio) y atraviesa un chorro de agua constante.

Partículas casi imperceptibles al ojo quedan atrapadas en una alfombra verde que luego es sacudida para extraerlas.

Una familia de cinco miembros trabaja en uno de esos campamentos. Dedica cuatro horas para procesar una tonelada de arena. Resultado: poco más de una 'grama', unos 100 dólares.

"Lo usaremos para comprar comida y lo que haga falta en el molino", dice uno de los trabajadores, que sostiene con sus manos rústicas la piedrita resultante, tan mínima que apenas ocupa una fracción del centro de una cuchara sopera.

De aspecto irregular, es sometida luego al calor de un soplete para retirar impurezas. "El peligro de esto es el humo" que resulta al quemar el mercurio, explica el dueño del molino mientras fuma un cigarrillo.

(D.Khanyile--TPT)